1997 – 1999
(entre prosas, poemas del encuentro, tertulia
y sentir del cuarto blanco; ¡¿nacimiento?!)
Enero 2005
La tarde se deslizaba por el ensangrentado filo del horizonte y las doradas aves alzaban sus vuelos poblando la noche con un rumor de días no vividos. Un rumor de días no vividos, eso era lo que arrastraban los pies de ese hombre extraño que por mucho que se miraba en el espejo no lograba distinguir su rostro y se hundía y se perdía cada vez más en la tormenta. Un rumor de días no vividos, eso eran todos aquellos versos que tras de mí se arrastraban. Mas, a golpe de versos, logré abrir pequeñas grietas en mi caparazón por las que se filtraba la luz del mundo, la luz de la vida. Y gracias a esa luz, a partir de ese momento, comencé a distinguir la silueta de un hombre desnudo, al que las llamas del tiempo iban consumiendo, un hombre perdido entre la realidad y los sueños, un hombre que sólo tenía una certeza y la gritaba al viento con todas sus fuerzas; yo no soy nadie, nada tengo y nada me pertenece, que nadie me busque junto a las viejas estatuas del hombre, ni bajo las banderas de su vanidosa hegemonía. Un hombre que comenzaba una carrera de fondo, una lucha sin tregua con sus fantasmas y contra sí mismo. El poeta, bueno el Aprendiz de Poeta, dejó los versos, haciendo un breve paréntesis, para buscarse e intentar unir al soñador y al hombre con el mundo a través de la prosa.
El desengaño era tremendo, el hombre comenzaba a darse cuenta de que en la vida, en el mundo, no hay sitio para los sueños, o si lo hay es solamente en un pequeño reducto de lo más profundo de su corazón. Un reducto al que, verdaderamente, hay que cuidar y guardar con recelo, defendiéndolo de las fauces de una realidad despiadada y brutal que todo lo devora, especialmente a los sueños. Por ello fui derramando en aquellos escritos todo el dolor que puede llegar a causarnos esa realidad. La noche pesa terriblemente sobre los hombros del hombre y el hombre se cansa de sostener su propio cuerpo. La tormenta interminable de los días golpea con furia su piel y la va desgastando hasta dejar su alma totalmente desnuda, vulnerable a esa miríada de inmundos gusanos que invaden las parcelas más secretas de su ser.
Por aquellos días, entraron nuevas personas en mi vida y mi casa, aquella casa en la que sólo mi luz se escondía, comenzó a amueblarse. Entró por sus ventanas y puertas la luz de los poemas del encuentro, de aquellos poemas que desde el Rancho traían en su voz otros poetas, otra gente que gritaba y a la que yo grité, tal vez casi suplicante, he de tomar la vida en mis desnudas manos, rebuscar en las sombras la luz de otras manos. He de tocar la brisa. La brisa, aquella brisa suave que un día beso mi rostro. Aquella brisa con la que, años atrás, me creí vivo.
Tras aquellos Poemas del Encuentro, Desde el Rancho surgieron más encuentros y más poemas; y más personas entraron por las puertas de mi casa y comenzaron a habitarme con su presencia, con su amistad y, como no, con sus poemas.
De todo esto nació la Tertulia El Cuarto Blanco y de ella brotaron los poemas de; El Sentir del Cuarto Blanco. Aquel cuarto blanco fue un nido de
sueños y a la par, tal vez fuera, algo más, algo así como mi lugar de nacimiento.
Desde mi atalaya miré aquellos campos desnudos del tiempo, las regiones de la tierra sepultadas por las sombras del hambre, oprimidas por la mano del poder, y puse mi nombre del lado de la paz.
Hasta aquel cuarto nos llegó un rumor por el aire, un rumor que traía un nombre; Federico, un nombre al que yo le canté; Por los senderos del tiempo el aire te va nombrando. Que nadie toque tu sombra porque tu sombra es un canto que va por los olivares como un potro desbocado. En esos poemas lloré por Federico y lloré por el labrador, aquel labrador que dejó su vida «enterrá» en los campos. Aquel viejo poema, escrito veinte años atrás, era un vínculo con mi niñez, una niñez vivida muy estrechamente con la naturaleza, en la libertad y sosiego de los campos. Aquel era un poema muy sentido y muy querido por mí, pues era una revisión ampliada del primer poema escrito por mí.
Desde aquel Cuarto Blanco yo nací, aunque todavía hoy no me considero totalmente formado como persona, ya que la vida no es más que un largo proceso de evolución hacia el nacimiento total como ser humano, estado superior al cual no todas las criaturas que respiran, comen y luchan por vivir consiguen acceder y yo, tal vez, no voy a ser una excepción. Quizás jamás consiga nacer, pero lo que sí sé con certeza es que no puedo vivir, y que no viviré, sin intentarlo día a día. Yo he de nacer.
Mientras tanto seguiré gritando silencios, seguiré rompiendo la luz a peso de sombras, seguiré sembrando mi canto entre el cielo y la tierra y seguiré arrojando mis versos al viento. Porque yo sé que la palabra hiere como una luz que azota la mente seguiré gritando hasta desgarrar mi voz, pues cuando el poeta calla se detiene el tiempo.