DE LA NOCHE Y SUS CRIATURAS

UNO

La tarde se desliza por el ensangrentado filo del horizonte. Aunque la quietud va acrecentándose por momentos, en el aire se percibe la prisa y todo parece huir hacia lugares inconcretos. La noche cae envolviéndolo todo húmedamente, horriblemente fría, asemejándose a una tumba. De improviso, como siempre, el sueño nos devora con sus dulces fauces de musa desnuda y nos sumerge en el cálido ámbito de nuestro limbo. Suspendida en estado de entrega total, levitamos en el etéreo espacio que existe entre la línea del hombre y la línea del universo.

DOS

Las doradas aves alzan su vuelo y pueblan la noche con un rumor de días no vividos. Sus alas de espuma disipan las sombras y vierten un torbellino de imágenes que hacen temblar al espíritu. Con sus picos de seda hieren la fibra de los deseos, haciendo brotar gotas de luz, alimento de mariposas y de invisibles criaturas. Entre las desnudas ramas del árbol construyen sus efímeros nidos, con plumas de lágrimas y suspiros, lecho que acoge al huevo transparente de la imaginación.

TRES

Lejos están aquellos lugares sin tiempo a los que algún día accederé. Perdidos en la maraña de cientos de días o en el laberinto oscuro e inmenso de las noches. Lejanos y perdidos, pero no obstante, estas aladas quimeras me aproximan a ellos, me alzan sobre las murallas de la realidad y me dejan caer en los sabios campos del inconsciente. Allí, poseído por esa dulce claridad, dejo este cuerpo en el que habito e intento tocar a ese hombre que jamás seré.

CUATRO

Mis ojos, casi entornados, buscan en mi interior las sendas que puedan llevarme a mi nivel último, al íntimo centro del hombre o al celestial espacio donde las musas regalan los ojos del poeta con sus lujuriosos encantos, bailando en torno a él sus ancestrales danzas. Pero esos caminos, siempre angostos y difíciles de andar, a veces desaparecen en el aire o me muestran otras rutas inciertas, por las que me pierdo constantemente. Mas yo sé que esa fuerza está ahí, enterrada en lo más profundo de este cuerpo, templo de los deseos, esperando a que las manos de mi alma la tomen y la alcen para poseerme y engendrar en el vientre azul de mi mente, esos inquietos hijos, que algún día bajaran hasta mis labios y se harán luz.

CINCO

Desde las turbias colinas del ser donde habitan las fantasías, entre oleadas de sombras y cálidos reflejos, bajan las terribles hurtadoras del sueño. Hambrientas llegan y merodean mi lecho como furtivas alimañas, dispuestas a devorar los últimos despojos de realidad que quedan en mi mente, para apoderarse, tras el festín, de esas parcelas inaccesibles a la razón e invadirlas con su vaporosa e incorpórea forma. Me acechan por todos los rincones de la noche, siempre dispuestas a saltar sobre mí. Mas si en algún momento del asedio, al percibir su presencia, abro mis ojos e intento retenerlas, escapan como el agua entre los misteriosos pliegues de la noche, logrando tan sólo atrapar, por sus flotantes cabelleras, a las más perezosas y confiadas o a las que de algún modo, tal vez, haya conseguido enamorar. Por lo cual las tomo entre mis manos y con ternura las engalano con los mejores vestidos posibles y las dejo pasear por el mundo.

SEIS

Mas esas criaturas fluidiformes, embellecidas por las sutiles telas de la palabra, necesitan la dulce caricia de tus ojos para seguir vivas. Necesitan del impulso majestuoso de tu voz, antiguo viento de los mundos, para dilatarse en el tiempo y abonar los fértiles campos de la mente del hombre. Necesitan de la fuerza de tus sueños para hacerse resplandor y derrotar a esas sombras que cubren, amenazantes, las regiones de nuestras vidas. Pero sabed que yo jamás pediré una multitud de oídos, sólo quiero unos labios en los que sembrar la palabra que habrá de forjar el canto del mundo. Dadle alas, pues, a vuestras fantasías y vuestra alma se hará tan grande que podrá tocar el infinito.

SIETE

Pero si vuestros ojos buscan más allá de los límites del horizonte, junto a la última piedra del universo, podréis ver al hombre desnudo que habita en este cuerpo, empíreo fulgor del que jamás beberé. Sobre el regazo cálido de estas noches, entre sueños, descansa mi soledad de hombre para convertirse, fecundada por esa luz, en el silencio transparente del poeta.

EL POEMA

Un árbol sin hojas

esconde el secreto.

Al filo del alba

encuentro los versos

de otra noche rota

en los fríos espejos.

Cuando el poeta calla

se detiene el tiempo.

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