HOMENAJE A MIGUEL HERNÁNDEZ; en el 50 aniversario de su muerte. Colaboro con esta carta abierta.

CARTA A MIGUEL HERNÁNDEZ

Hola Miguel;

hoy, 50 años ya del día de tu liberación, estoy aquí, junto a estos compañeros, todos de tu misma estirpe poeta-hombre-poeta, para ofrecerte nuestra voz, nuestra lengua, nuestra garganta y el aliento de nuestro pecho por si quieres utilizarlos como herramien­tas para hablarnos de todo aquello que tu supiste hablarle a la gente de tu tiempo, a nosotros, prisioneros de otro tiempo, consiguió llegar­nos el revuelo de la paloma de tus sentimientos, fíjate si fueron fuertes sus alas, para de este modo llegar a amarte.

Sí, he dicho el día de tu liberación y algunos quizás censuren mi expresión, mas yo lo repito; 28 de marzo de 1942 día de la liberación de Miguel Hernández, POETA. Y así es tu bien lo sabes, pues aunque tu cuerpo fue arrojado a las celdas del odio, para acallar la voz del pueblo que por tu boca emanaba en lamento de amor y rabia clamando justicia, aunque a esa humilde y luminosa paloma, alimentada por el pan de tu poesía, quisieron cortarle el vuelo y sepultarla entre las sombras, a pesar de todo tu voz siguió, huésped del viento, golpeando las murallas. No, no bastaron los muros de las cárceles del mundo para retener al poeta, ni las putre­factas sombras de la colérica tormenta, ni pudieron asesinar a la paloma, tu paloma Miguel, tan sólo consiguieron atrapar un cuerpo y eso también tuvieron que devolverlo, entregárselo de nuevo a la tierra, única dueña de la verdad. Nada, nada pudieron retener de ti, hombre que sólo pedía luz para su pueblo.

Hoy no venimos a lamentarnos de la tremenda injusticia que para ti y con tu época otros hombres cometieron, por que si ahí la hubo, aquí, hoy, también la hay y también sufren otros hombres otras injusticias, pero con el mismo dolor, pues el dolor jamás cambia, siempre tiene el mismo sabor, tan sólo las heridas son distintas.

Tampoco venimos ha traer flores a tu tumba, ni a homenajear tus huesos, porque el poeta no quiere flores, ni homenajes; el poeta tan sólo quiere luz. Pero tú sabes muy bien, Miguel, que la luz no podemos ofrecértela, porque la luz jamás se posee, tan sólo a veces llega hasta nosotros y nos toca muy levemente.

Como antes te dije, aquí estamos para ofrecernos como herramientas para sacar, una vez más, tus hijos a la luz para que los toque el aire y aquí los dejamos en alas del viento, para que él, hermano tuyo, hasta ti los lleve.

Miguel Fernández Rivero

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