En Morón ha habido casi siempre alguna revista ligada a la cultura o la literatura, digo casi siempre porque cada una de ellas ha aparecido a intervalos de tiempo y han vuelto a desaparecer, unas han gozado de un largo tiempo de vida y otras han tenido una vida más corta. Yo hablo, claro está, de las que he conocido, aunque también tengo noticia de otras más antiguas.
Yo tenía ganas de participar en la creación de una revista literario, hable con algunos amigos de ello, pero nunca nos pusimos de acuerdo, y siempre lo fuimos posponiendo.
Un día tomábamos unas cervezas Manuel Ibáñez y yo, y charlábamos de poesía. De esa conversación surgió la idea de crear esa revista literaria, y nos pusimos manos a la obra. Contactamos con gente que escribía y le pedimos algunos poemas u otros escritos, y empezamos a reunirlos para sacar la revista.
Para el nombre queríamos que este estuviese ligado de alguna manera con Morón y a su vez con la cultura. El libro de Julio Vélez; Escrito en la Estela del Último Ángel Caído, leído y releído meses antes, dejó en mí una imborrable huella. En ese libro aparece la espada de fuego, esa que a toda costa debemos proteger de las inclemencias de este mundo atroz y este despiadado sistema social que nos han impuesto y que a veces soportamos con demasiada sumisión, para que algún día, instalada en nuestro pecho y nuestros labios, podamos esgrimirla como la Espada Flamígera que nos liberará de la opresión y la esclavitud a la que estamos sometidos.
Bajo ese nombre y ese ideario reunimos los trabajos en poemas, relatos, cuantos o ensayo de varios autores locales para hacerlo realidad. La idea iba tomando vida y con ella pretendíamos mantener y propagar el fuego de esa espada a través de nuestra palabra para que nuestras voces no fuesen acalladas ni oscurecidas por viejos nubarrones, o por el polvo del olvido.
La Espada Flamígera salió a la luz en julio de 2004, editada por El Pájaro Azul y dejó de publicarse en junio de 2007, tuvo una vida de tres años. Se sacaron ocho números, colaboraron más de cincuenta autores -la mayoría de ellos locales- y no se le negó la participación a nadie, pues la postura de los que hacíamos la revista se basaba en un principio fundamental; toda creación merece un respeto, ya sea perfecta o imperfecta, sencilla o erudita: pues esa obra brota del esfuerzo realizado por una persona para reflejar sus sentimientos y los momentos vividos, pesados o soñados.
Esto, sin más pretensiones, fue La Espada Flamígera y en ella queda recogida la cosecha de lo sembrado por muchas y muy diversas voces.