A veces viene un viento y nos acaricia el alma con los gratos recuerdos del ayer. Otras veces llega y nos araña el corazón con otros no tan gratos. Y en ocasiones, tal vez menos de las que de­iera, cae sobre nosotros y nos azotalos ojos con la realidad más brutal.

En el viento es donde habitan las huellas de nuestro paso por el mundo. Él es quien guarda todas las historias, quien indaga en lo cotidiano y recoge la cosecha de lo trascendente, para, desde el pasado, esparcir la semilla de nuestra memoria en los campos del futuro.

“El viento es un exigente cosechero: / el que elige el trigo, la uva y el verso…/ el buen vino/ y el poema eterno…” Con estos versos ponía de manifiesto León Felipe la nimiedad del hombre como parte integrante de éste hábitat al que llamamos mundo. El hombre se cree poderoso; roba sus riquezas a la tierra; madera, carbón, piedra y metales, y después los manipula, los transforma y se sir­ve de ellos sin preocuparse de que en ese proceso degenera su medio ambiente, lo enferma o incluso puede llegar a matarlo. Así mismo, captura las fuerzas de la Naturaleza y domesticándolas las usa en exceso sin importarle el daño causado a ésta. Pues para el hombre sólo cuenta el avance en su progreso; el camino hacia su hegemonía absoluta. Y en verdad cree que lo está consiguiendo; y lo cree por­que se olvida de su insignificancia, de su pequeñez y fragilidad. Y se olvida, así mismo, de la brevedad de su existencia, pues el hombre; en la vida, en la Naturaleza y en el mundo, es tan sólo un suspiro del universo. Incluso podemos llegar a pensar que el hombre es un mal sueño, una pesadilla en las febriles noches de las Fuer­zas Creadoras.

El hombre es sólo un eslabón más en la Eterna Cadena de la evolución. Un eslabón que en este ciclo se puede considerar la for­ma de vida dominante y por lo tanto será el causante o el responsa­ble más directo del equilibrio, de la fuerza y el estado en que se forme y consolide el próximo eslabón. Es decir el próximo ciclo de este planeta, de este hábitat Natural del cual formamos parte pero no somos dueños, aunque así queramos hacérnoslo creer.

El viento pasa sobre nosotros y nos toca, nos acaricia o nos azota; recoge los granos, la cosecha, de nuestra labor y los disemi­na por los fértiles campos de la joven carne, para que fructifiquen y enriquezcan ese espacio al que llamamos hombre con la fuerza pura, con la esencia y la sabiduría; fluidos incorpóreos que jamás se gastan o consumen.

De este modo, como decía aquel excelente poeta Zamorano León Felipe; “El hombre trabaja, inventa, lucha, canta… Pero el Viento es el que organiza y selecciona las hazañas, los milagros, las can­ciones. Contra el Viento nada puede la voluntad del hombre.”

Sí, en verdad el hombre sólo está aquí para cumplir una mi­sión de extrema importancia, y esa misión no es otra que vivir; solamente vivir. Vivir y hacer vivir a este planeta sin alterar en demasía su equilibrio. Vivir en armonía constante con su entor­no y con esa Naturaleza de la que forma parte.

Solamente vivir. Dejar su huella en el Viento, mensajero de los tiempos futuros. Entregar su trabajo, el fruto de sus días, al sabio cosechero. Enriquecer ese Viento para que cuando acaricie nuevos cuerpos, los llene con esa pura fuerza, con esa esencia y esa sabiduría que jamás se consume, que siempre se transforma. Vi­vir, solamente vivir.

Porque el hombre no es el todo, es tan sólo una parte del to­do. Una pequeña parte de ese todo que es la Naturaleza. Un ser viviente más dentro de esa Fuerza Creadora, que al igual que los demás contribuye a la evolución de ese hábitat y que como todos, ya sean animales o plantas, va dejando sus huellas en el Viento.

Ese Viento que en ocasiones acaricia mi alma, araña mi corazón o azota mis ojos. Ese Viento que hoy sólo a cruzado por mi cabeza, gélido y brutal, dejando al triste rastro de unos sueños que, como hojas secas, cubren aquellos caminos por los que jamás regresaré.

Hoy; siete de Junio de dos mil cincuenta y ocho (o tal vez, siete de Junio de mil novecientos cincuenta y ocho, no lo sé con certeza) me entrego humildemente al Viento.

Marzo 2004

Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.