Me llamo pájaro Pablo,

                                                   ave de una sola pluma,

                                                   volador de sombra clara

                                                   y claridad confusa.

Hoy es un día excesivamente frágil. Todo parece a punto de quebrarse, todo parece  tan ingrávido y está en tal quietud, que es como si el tiempo se detuviese en las cosas pequeñas, negán­dose a abandonarlas.

Hoy me siento excesivamente humano, tal vez anoche venciera todos mis miedos, y quizás por ello hayan surgido de mi interior estos destellos de calma, de sinceridad y tolerancia que en este día me invaden y me transcienden. Tengo el corazón y el alma en tal estado de exaltación, que apenas si me caben en el cuerpo.

¿Sabéis?, queridos compañeros, noto como si hubiese vuelto a al vida. De pronto me he sentido hombre, solamente un hombre, sin más pretensiones. Pero un hombre con la obligación de conoceros, para poder amaros. Me he sentido un hombre sencillo; sin miedos ni rencores, pero con mucho amor que dar y con una necesidad enorme de recibirlo. Porque el hombre que no ama a los demás, difícilmente podrá amarse a sí mismo.

«No puedo/ sin la vida vivir, / sin el hombre ser hombre./…/la vida es una lucha/ como un río que avanza/ y los hombres/ quieren decirme, / decirte, / por qué luchan, / si mueren, / por qué mueren,»

¿Sabéis compañeros?, tal vez esté confundiendo identidades y quizás yo no me llame Pablo Neruda, puede que sin saberlo sea Mi­guel Fernández, árbol sin hojas ni fruto. Pero si yo no nací en Parral y no me llamo Pablo, ¿cómo puedo sentir el dolor del hombre y llorar las desdichas del pueblo? «Era un hombre sin duda, sin herencia, / sin vaca, sin bandera, / y no se distinguía entre los otros, / los otros que eran él,»

Pero, ¿sabéis?, tengo un corazón que, hoy sin saber porque, apenas si me cabe en el cuerpo. Un corazón que salta, se encoge o corre tras de los sueños. Un corazón deshabitado que abre sus puer­tas y hace sitio a quien le visita. Un corazón que siente la necesidad de llamarse Pablo, para cantarle su ODA AL HOMBRE SECILLO que tanto ama: «Voy a contarte en secreto/ quién soy yo,/ así en voz alta,/ me dirás quién eres,/…/ cómo te llamas,/ calle y número,/ para que tú recibas/ mis cartas,/ para que yo te diga/ quién soy y cuánto gano,/ dónde vivo,/ y cómo era mi padre./ Ves tú qué sim­ple soy,/ qué simple eres,/…/ te digo a las orejas:/ no sufras,/.. / porque ganaremos, / ganaremos, / los más sencillos,»

Sí, queridos compañeros, aunque no lo creáis yo debo de lla­marme Pablo, porque si no ¿qué sentido tendría esta terrible obli­gación de conoceros? ¿Qué sentido estas lágrimas al contemplar la desesperación y el desamparo de los más humildes, de los nadie? «Mas hoy los campesinos vienen a verme: (Hermano, no hay agua, her­mano Pablo, no hay agua, no ha llovido./…/ Nuestras vacas han muerto arriba en la cordillera. / Y la sequía empieza a matar niños. / Arriba, muchos no tienen qué comer. / Hermano Pablo, tú hablarás al ministro.)/ Sí, hermano Pablo hablará al ministro, pero ellos no saben/ cómo me ven llegar/ esos sillones de cuero ignominioso/ y luego la madera ministerial, fregada/ y pulida por la saliva aduladora.»

Este es un día verdaderamente insoportable. Todos los sueños están a punto de romperse contra el violento filo de la realidad. El tiempo corre frenéticamente por las calles y el corazón parece haber desparecido de mi cuerpo.

Pero tengo una duda, compañeros, tal vez yo no soy Pablo y puede que tampoco sea Chileno. Quizás no naciera en Parral y ni siquiera lo hiciera en 1904. No lo sé, estoy confundido. Pero, ¿sa­béis?, aunque mi mano no sea como una ola, como la espuma de una ola enamorada que, a la luz del ocaso, acaricia las playas y escri­be versos a su amada: «Yo quise para mí tu cabellera. / Y de todos los dones de mi patria/ sólo escogí tu corazón salvaje». Sí, yo la quise y la sentí en estos versos, aún sin llamarme Pablo Neruda, y aunque mi mano no cincelara aquellos hermosos poemas; con ellos la amé tanto: «Me miran con tus ojos las estrellas más gran­des. / Y como yo te amo, los pinos en el viento, / quieren cantar tu nombre con sus hojas de alambre.»

Sí, en verdad yo no me llamo Pablo Neruda, pero, ¿sabéis?, po­dría «escribir los versos más tristes esta noche. / Yo la quise, y a veces ella también me quiso. /…/ La bese tantas veces bajo el cielo infinito. / Ella me quiso, a veces yo también la quería.» Sí, amigos, hoy «no la tengo» y sé «que la he perdido» por más que «mi corazón la busque» por más que «mi voz la busque» por «el viento para tocar sus oídos», sé «que la he perdido», pero ¿qué no se pierde en ésta vida? ¿Qué se conserva? Nada, o apenas nada. Tal vez sólo nos quede el recuerdo de haber vivido, el recuerdo de ha­ber amado. Tal vez sólo eso nos quede, polvo de los caminos a la piel adherido. Y quizás eso ya sea más que suficiente; un pequeño gran tesoro.

¿Y sabéis la verdad?, queridos amigos, éste no será «el último dolor que ella me cause/ y éstos los últimos versos que yo le es­criba» aunque siga sin llamarme Pablo Neruda, y en vez de haber nacido en Parral, lo hiciera en Morón, al igual que ella.

Hoy el día tiene una hermosa luminosidad, y aunque la tristeza invada mis recuerdos, los cuales me siento feliz de tener, hoy no estoy excesivamente triste.

Junio 2004

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