La noche se ha ido y se ha llevado todas sus criaturas, me ha dejado solo, sumergido en esta barahúnda de rostros inexpresivos y acechantes ojos que todo quieren poseerlo, que todo quieren devorarlo. La noche se ha ido y yo estoy aquí, al filo de la realidad y los sueños, perdido en este torbellino de vidas que recorren el mundo de parte a parte. Hombre desnudo al que las llamas del tiempo van consumiendo. Aquí estoy, mas yo no soy nadie. Nada tengo y nada me pertenece. Que nadie me busque junto a las viejas estatuas del hombre, ni bajo las banderas de su vanidosa hegemonía, no hacedme representar otra cosa. Sólo tengo un dolor y una herida, esta inmensa herida que deja brotar la sangre que hoy quiero daros, todo lo demás no es mío. Este rostro y este cuerpo me fueron entregados en préstamo por el Gran Coleccionista y debo devolverlos al finalizar mi viaje. Yo sólo puedo daros aquellas criaturas, hijas de la noche, y la sangre que me hicieron derramar, el sabor de mis lágrimas es para mí, me pertenece. Ese es mi gran tesoro, la única y esplendida posesión que al ocaso de mis días me dará la certeza de haber vivido. La herida es de todos, está en el costado de cada hombre que habita esta casa y en esa herida voy viviendo el dolor de mi propia existencia.

Sí, sólo puedo daros mi sangre, no pidáis nada más y olvidaros de mi nombre, porque yo no soy nadie.

MI PALABRA

Aquí está mi palabra,

todo lo que soy y tengo,

es mí escudo y mi espada,

la fuerza que vence al tiempo.

Aquí mi voz dilatada,

semilla arrojada al viento.

Donde yo caigo ella se alza,

crece o flota como un eco.

Donde quede mi palabra

siempre quedará mi gesto.

Número 5; Diciembre 1997

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